Soy Oscar Mongiano, psicólogo, psicólogo social, arteterapueta y coordinador general de “Barbecho, un espacio para el cuerpo y la cultura”. Les quiero contar mi implicación en nuestra institución.
En el año 2007 publiqué un artículo que se denominó “De la institución ideal a la real: un pasaje que no es sin consecuencias”, y escribí: “Si la alegría y el sufrimiento son las manifestaciones resolutivas de los conflictos institucionales me pregunto: ¿Qué es lo que nos hace sufrir y alegrar del devenir institucional? ¿Cómo nos insertamos, nos creamos y creamos a nuestras instituciones? ¿Son nuestras o son de otros? ¿Nos reconocemos a partir de que nos reconocen en ellas? ¿Qué niveles de pertenencia podemos tener?”
Desde mediados de los 80’ pasé por distintas instituciones de formación y práctica profesional en salud mental. En todas ellas tuve conflictos de alta, mediana o baja intensidad. Siempre traté de salir elegantemente, por respeto a los demás y a mí mismo. Porque sabía que mi inserción por mis características personales no me resultaba fácil, pero además siempre sospeché (y muchas veces comprobé) el poder despótico que se ejerce sobre quienes deseamos transformar algo, que pretendemos cambiar lo instituido. Institutos Privados, Universidad Pública, Hospitales Públicos, clínicas privadas, Universidades Populares, institutos barriales, fueron lugares donde mi transcurrir se encontraba con barreras imposibles de atravesar, seguramente por variados y distintos motivos, pero hubo uno que sí lo encontré en todas: el narcisismo como marca de propiedad privada, generalmente de quien dirigía un servicio, una escuela, un seminario, un centro de día. Narcisismo como un modo de “sostenerse” en ese lugar de privilegio, de quien finalmente dice “como tienen que ser las cosas”. Y por más discursos “democráticos” o inclusivos, el final siempre era el mismo.
Es por esto que en el año 2011 comencé a construir un espacio físico para desarrollar un proyecto político, institucional, con otra modalidad de las que conocía. Necesitaba “probar” ciertas hipótesis que venía construyendo: lograr la integración de todas las necesidades de una persona relacionadas con su cuerpo, su psique, su arte, sus deseos, sus creencias y su alma. Y básicamente, que no estuviese la persona que diga “como tienen que ser las cosas”. En este sentido lo primero que me propuse fue que no existiese el cargo de “director/a”, que se construyan las distintas áreas, que necesariamente cumpliesen una función específica, para que la integración se produzca en la persona que decidiera elegirnxs. Y que cada Área estuviese ordenada por un/a responsable. Y así fueron creciendo el Área Corporal, que ordena Jose Sanchez, uno de los pilares de Barbecho, desde su inicio. También mi compañera de vida Laura Arisnabarreta con Familia en Barbecho, y así sucesivamente fueron creciendo las áreas y cruzándose con actividades que incluyen distintas intervenciones corporales, psicológicas, artísticas, políticas, etc. (y el ect. es muy importante, porque las áreas fueron creciendo y multiplicándose). ¿Cómo funciona? Bien. ¿Por qué? Porque cada área se define por sí misma según el deseo de sus integrantes, que convoca e integra a quienes pueden aportar a enriquecer, y se los deja hacer. ¿Cómo integramos las áreas? Conversando, intercambiando nuestros pareceres, nuestros conflictos, nuestras ambiciones. Y sin jerarquías que validen o cuestiones en forma unilateral un proyecto. ¿Es fácil? No, definitivamente no es fácil, porque va a contramano de las mayorías de todxs nosotrxs que nos formamos y vivimos dentro de organizaciones patriarcales o matriarcales, donde la verticalidad a lo sumo se convertía en oblicuidad, nunca en horizontalidad.
Sé que todavía no logramos la famosa transdiscidiplinariedad que es nuestro objetivo. Pero estoy convencido, por el amor que todas y todos lxs que integramos Barbecho tenemos entre nosotrxs, por nuestras labores, y por quienes se nos acercan, que va a salir bien.